domingo, enero 30, 2011

Tugurios infernales 1

Era una noche fría y de áspera niebla en la que desorientado por la bebida, llegué a un antro infernal, de esos en los que gente de toda calaña suele ir a beber y comenzar trifulcas que acaban con un muerto en el callejón de atrás.

La ira de Thor, que era como se llamaba, era un lugar de mala muerte, en donde un atajo de mostrencos de largas melenas y chaquetas de cuero imponían la ley de la brutalidad a través de litros de whisky. A parte de la grata compañía, el bar estaba inundado por una espesa humareda en la que apenas se distinguían las mesas, en las que los ogros hacían pulsos mientras en la barra el resto los animaba bebiendo y gritando. Toda una demostración de gallardía. Lo cierto, es que me encantaba ese lugar, a pesar de mi poca asiduidad a practicar semejantes ritos. Aun así, me sentía un extraño que pasaba desapercibido allí.

Me acerqué a la barra a pedir lo único que se pedí allí: Whisky. El camarero, un tipo un tanto peculiar pero no por ello menos feroz que aquellas bestias, se bebía un chupito de whisky por cada uno que servía. Debía estar al borde del coma etílico, pero continuaba en su desafío a la muerte. Yo por mi parte apuré mi chupito mientras observaba el espectáculo. Pronto me percaté de la presencia de una chica que desentonaba, un poco, en ese entorno.

Una melena acompañada de alguna que otra rasta caía por su hombro. Mirada profunda de ojos color marrón y una pequeña nariz hacían daban a la chica una extraña aura. Una mezcla de femme fatale y niña inocente es la impresión que me daba su mirada. Los labios rasgados, sin maquillar, completaban ese rostro típico de esa clase de chicas que prefieren la naturalidad de su rostro a lo artificial de las muñecas de porcelana. De su indumentario poco quedaba decir, unos pantalones anchos y un camiseta rota por los costados que dejaba entreveer un sujetador marrón describían a la hippie rodeada de monstrencos y mujeres vestidas de cuero negro.

Al principio, no solo nos dedicamos las típicas miradas que se regalan los extraños. Pero después del tercer chupito decidí acercarme a entablar conversación con ella. Crucé por delante de los espectadores hasta el final de la barra, que es donde ella se encontraba y sin más comencé a hablar:

- ¿Sueles ir mucho por estos tugurios infernales?
- Sueles ir tú guapito de cara.
- Siempre que quiero evadirme del infierno.
- ¿Qué infierno?
- Pues el mundo real.
- Dudo que tu mundo sea un infierno.
- El infierno tiene muchos mundos, todos ellos lo conforman. Así que todos vivimos en el mismo infierno.
- Eres muy ágil con las palabras. Se nota que no tratas con muchas mujeres como yo.
- Se nota que tú tampoco tratas con muchos hombres como yo.
- La cuestión es que el que te quieres acostar conmigo eres tú.
- ¿ah si?
- Si.
- Es posible que me llames la atención entre todas estas Catwomans, pero no significa que me quiera acostar contigo. Cómo mucho un beso.
- Y para un beso tendrías que hacer lo que todos esos idiotas hacen
- ¿Un pulso?
- Ganarlo.
- Eso es pan comido. ¿Sólo pide eso por un beso la señorita?
- Si.
- Prepara esos morritos.

miércoles, enero 19, 2011

El loco de la calle (6)

Todavía no sé porque me viene la imagen de esa mujer a la cabeza. Sólo me pidió la hora y acto seguido cruzó la puerta de salida del metro, mientras yo veía con resignación como se me escapaba la que podía ser el amor de mi vida.

Es curioso como cuando viajamos en un transporte público, y más en el metro, surgen historias de amor, a la par que ficticias, reales. Ficticias porque las imaginamos, reales porque las sentimos como si realmente hubieran pasado.

Recuerdo el primer y único encuentro. Fue un flechazo, por parte de ambos además.
Yo estaba sentado en uno de los fríos asientos del tren, y de repente, una persona de extraño atuendo se sentó frenté a mí. Excitado, por la curiosidad, me dispuse a observarla y analizar minuciosamente cada detalle de su figura. Una melena pelirroja y desordenada caía sobre sus hombros acompañado de lo que parecían unas rastas. Una sombra de ojos negra recubría aquellas esmeraldas que tenía como ojos. Unos labios finos y una nariz marcada acababan de descubrir su rostro. Era todo tan natural que el único maquillaje que llevaba era el la sombra de ojos. Me encantaba. Había quedado tan fascinado que pasé un largo rato contemplándola fíjamente. Ya estaba enamorado. Ahora sólo quedaba llamar su atención de alguna manera.

Esperé sin grandes resultados que me devolviera la mirada en algún momento. Se resistía pero cuando ya casi había renunciado a cualquier esperanza, me miró durante un pequeño instante. Y ese instante, se convirtió en una eternidad. Su mirada inocente y dulce me enterneció el alma y me robó algo más que el aliento. Quizá por eso, dejé de mirarla. Ella se percató casi al instante y empecé a sentir lo mismo que seguramente había sentido ella instantes antes. Me estaba leyendo el rostro.

Atemorizado por reencontrarme con su mirada, volví a mirarla y esta vez cuando nuestras miradas se cruzaron, ninguno la desvió. Ya estaba hecho, habíamos caído bajo el influjo del amor. Sin saber cómo nos habíamos convertido en amantes. A través de nuestras miradas vivimos toda una vida al lado del otro. Todo lo que una pareja podía haber vivido, pasó por nuestras mentes. Paseos a la luz de la luna por una playa, momentos de pasión desenfrenada e incluso situaciones de la vida cotidiana como comer juntos. Toda una vida que acabó cuando ella me preguntó la hora y partió hacia la realidad.

Nunca más he vuelto a ver ese rostro desconocido que amé durante el trayecto de un tren. Sin embargo, desde entonces que cojo siempre el Metro para ver si vuelvo a reencontrarme con ese rostro y proponerle vivir la vida que un día soñamos tener.

domingo, enero 16, 2011

Indiferencia indiferenciada

- Mañana tienes el último examen y entran la hostia de cosas.
- ¿Y qué?
- ¿No estás nervioso?
- No.
- Estás pasando una de las épocas mas jodidas de tu vida, relaciones sentimentales frustradas, pérdida de seres queridos, malos momentos económicos para tus arcas, para las de tus padres...
- ¿Y qué?
- No estás mal.
- ¿Y qué?
- ¿Por qué cojones estás así?
- Ni idea. Supongo que ya me he hecho a la idea.
- ¿Enserio?
- Si.
- Pues vaya...un poco frío eres tú.
- ¿Tú que sabrás de mí payasa? No tienes ni puta idea. Lo que pasa es que paso de estar siempre lamentandome. El lamento tiene su momento. Mientras mejor seguir así, con capas, como las cebollas.
- Pues vaya...eres un hipócrita entonces.
- No, soy un superviviente. Además la culpa es tuya. Tú tendencia al sabelotodismo parece que no te llega para percibir lo que siento y pienso. Mi indiferencia indiferenciada...vaya listilla.

viernes, enero 07, 2011

Eres fuerte, y lo sabes.

‘’ …hay que disfrutar del presente y aprovecharlo porque mañana, quien sabe, será otro día, completa e irremediablemente diferente al de hoy.’’ …así acababa el relato de la semana del periódico que había encontrado…donde? Ojalá lo hubiese encontrado allá al lado de la puerta de su bonita casa, o en un quiosco cercano al centro. Pero no. Era uno de los que la gente tiraba cuando ya lo había leído, y estaba allí, en el basurero, donde cada mañana iba a recoger diferentes objetos para venderlos y ganar algo para comprar comida. Sí, cada día es diferente- pensó ella- pero seré yo la única que no disfrute de esa condición. Para ella el basurero suponía su vida, y lo único que le iba a dar de comer. Cada mañana era igual y cada día también. Levantarse, no encontrar nada para desayunar, dar el pecho a uno de sus hijos, despertar al marido, muchos años mayor que ella e irse a trabajar. Si fuese por ella, seria diferente, pero, ¿que ocurría? Que era mujer, y como mujer en la sociedad o pequeña sociedad en la que vivía no podía hacer otra cosa que obedecer al hombre.
Se preguntaba si mas allá de los montones de basura que rodeaban su aldea había otra vida, en la que mujeres fuesen presidentas de un país, fuesen al colegio, pudiesen elegir a quien querer, incluso el color del vestido que quiere comprar. Gracias a que había aprendido a leer algunas palabras, a través de los periódicos leía cosas que le hacían pensar que si, que era posible, pero en cuanto levantaba la vista del papel y miraba a su alrededor caía de nuevo a la realidad, y volvía a admitir, como otras muchas veces que aquello era pura fantasía.
Pasaba el tiempo, sus hijos crecían, su marido se volvió a casar por tercera vez y ella, continuaba atrapada en aquella aldea rodeada de aires de tristeza. Entonces ya no pudo aguantar, y una noche en la que su marido había vuelto borracho y dormía pesadamente, llamó con voz bajita y caricias suaves a sus 4 hijos. Poco a poco fueron despertándose y escuchando lo que decía mamá, era una locura- pensaban- pero sin duda preferían morir a vivir así.
La mayor llevaba de la mano a sus hermanos gemelos, que intentaban no dormirse mientras andaban, y la madre al frente con el menor de sus hijos, una niña con rizos de color chocolate que dormía en sus brazos, junto a un periódico y una bolsa con algo de comida.
No tardaron mucho para salir de la aldea, pero si para alcanzar los limites de infernal basurero, pero con varias horas y muchos pasos cansados, pudieron conseguirlo.
A pesar del miedo que tenían, ya que alguien podía ir a buscarlos y devolverlos a la aldea, siguieron a delante. Y pasaron días de largas caminatas y noches de frío en los cuales debían dormir en el suelo, pero no desistían. Entonces comenzaron a ver a lo lejos coches. De todo tipo, rojos, blancos, grandes y otros no tanto, además de motos y autobuses. ¿Podía ser aquello real? No lo sabían pero debían seguir y comprobarlo. Se pararon al borde de la carretera y esperaron, un largo tiempo, que valió la pena. Alguien paró su coche frente a ellos, era una mujer. Desde luego debían estar soñando, ¿pero que sitio era aquel? Una mujer conduciendo, ella no se lo había esperado. Les habló despacio y con una voz dulce les decía que subiesen al coche, que les iba a ayudar. No era tan difícil entenderla, ya que hablaba prácticamente su mismo idioma, pero mas fluido.
De nuevo pasaba el tiempo, y vio que aquellos días habían sido diferentes, sus hijos seguían creciendo, todos estudiaban, ya no tenia un marido al que obedecer y al que aguantar sus días de borrachera, y ella ya no se sentía atrapada, era libre, y feliz. Aquel mundo, al menos su primera impresión, era maravilloso. Pero poco a poco descubrió que tampoco se podía cantar victoria, aun, ya que la mujer aun sufría, pero era fuerte y se enfrentaba. Ella lo había hecho. Hoy mírala, está allí, sentada en aquel banco del parque y ve como su hija pequeña, aquella de rizos de color chocolate lee su primera palabra sacada de un bonito relato, de los que aparecían en periódico local, y que cuando crezca un poco más le resultará familiar, tanto como si lo hubiese vivido.

Desvaríos (2)

- Todo está dispuesto como si de una partida de ajedrez se tratara. Cada movimiento, cada jugada está meticulosamente pensado para que pierdas la partida. Y sin embargo, sigues luchando y moviendo piezas, aun sabiendo que la derrota es inminente, prefieres seguir hacia adelante. ¿Qué cojones es lo que te mueve?
- Estamos más vivos en cuanto más asumido tenemos nuestra muerte ¿Paradójico? Quizá un poco si lo sea. Pero es justamente porque ya no le buscamos remedio a la muerte, que le buscamos sentido a la vida. ¿Qué más da donde acabe la partida? El rey tarde o temprano morirá.
- Ya pero es que esto no es lo mismo, a ti te quedan excasos días y a pesar de ello, continúas manteniendo la esperanza.
- El tiempo me enseñó que la esperanza es lo último que se debe perder, aunque no debemos fiarnos de ella porque en la mayoría de ocasiones es cruel y fría.
- ¿Entonces por qué sigues aquí? ¿No sería mejor acabar con esto ya?
- Quizá es porque ya no enfoco el problema como si tuviera solución. Quizá en lo más profundo de mi ser he  aceptado que dentro de unos días habré estirado la pata, y quizás, sólo quizás, he preferido vivir los últimos días de mi vida antes de adentrarme en la nada, porque recuerda mi idea sobre la muerte. No creo que haya nada después, y si he de dejar de existir que sea hasta el último suspiro, porque nada en este mundo, ni si quiera la muerte, me hará perderme los escasos instantes que quedan en mi vida.