lunes, diciembre 20, 2010

El infinito

Hoy leyéndo a una de las personas que más odio, por no decir la que más, he descubierto una semejanza con ella reflejada en esta frase "Quien renuncia a luchar en un mundo cuya ley es una lucha constante, no merece vivir". Los entendidos saben que me refiero a Adolf Hitler, persona que me suscita el más profundo odio, pero es cierto lo que dice en parte. Un mundo donde la única ley es la lucha constante. Al menos esa ha sido mi realidad siempre, la de una lucha constante. Todo siempre a contracorriente.

Hoy, también he conseguido apaciguar una lucha, o una guerra, o como lo quieran llamar. Hice gala de mis facultades comprensivas y diplomáticas, y uní a dos naciones que parecía que nunca fueran a acabar con sus hostiles relaciones.

Sin embargo, aunque sé que me he quitado un peso de encima, y parece que he acabado con esa lucha, sigo teniendo un gran problema. Una persona que hiere mis sentimientos. De la que no me puedo deshacer, porque hacerlo supone destruirme, y que no puedo llegar a tener, por millones de motivos que no entiendo y que se traducen en un simple. Es una extraña maldición a la que yo mismo creo que me he sometido. La carga de tener que amar lo que no puedo conseguir, y aun así seguir sus pasos desde la sombra para protegerla de los peligros que creo que existen. Peligros que a veces pienso que son imaginaciones mías pero que son las excusa para no hacerla desaparecer de mi vida. Y es que si renuncio a esa lucha, no seré yo quien no merezca vivir, sino mi vida la que no merezca ser vivida.

A veces pienso que se haya en el infinito, y que me puedo acercar todo lo que quiere pero que nunca, la podré llegar a tocar...

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